Sección: Ecologia Publicación: Revista nº 137
La industria textil, un gigante tóxico para el planeta
La industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo por detrás de la petrolera. Según los expertos, se produce en exceso, es tóxica y consume demasiados recursos
La industria textil causa contaminación en tierra, aire y agua. De hecho, según afirma la Organización de las Naciones Unidas (ONU), es el segundo sector más contaminante solo por detrás del petrolero. También asegura que es responsable del 10% de las emisiones globales de carbono y del 20% de las aguas residuales. Pero lo peor de todo es que pese a los intentos de las autoridades y ONG por revertir la situación, esta empeora con el paso de los años como consecuencia del fast fashion o moda rápida.
Cuando hablamos de fast fashion hacemos referencia a un modelo industrial que consiste en producir rápidamente un gran número de prendas de ropa para lograr que los consumidores compren sin parar. Antiguamente existían dos temporadas: primavera/verano y otoño/invierno. En cambio, actualmente hay pequeños lanzamientos cada semana, lo que invita a las compras compulsivas. Para Gema Gómez, Directora Ejecutiva y fundadora de la Plataforma de Formación y Divulgación en Moda, Sostenibilidad y Negocio Slow Fashion Next, el problema es que “los modelos de negocio fast fashion se han creado para crecer sin límites en un mundo que sí tiene límites: los planetarios”.
Según un informe de la Fundación Ellen MacArthur recogido por Greenpeace, entre los años 2000 y 2015 se duplicó la producción de ropa. Mientras que en el año 2000 se
fabricaron alrededor de 50.000 millones de prendas, en 2015 la cifra ascendió hasta alcanzar los más de 100.000 millones. Lo más preocupante, explica Gema Gómez, es que ese incremento no queda ahí, sino que “se sigue en ese camino y cada X años la cifra se duplica”.
En este sentido, la Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA) indicó en 2022 que de media, cada ciudadano europeo adquiere 6 kg de ropa, 3 kg de calzado y 6 kg de textiles domésticos anualmente. Sin embargo, no utiliza el 21% de la ropa de su armario y se deshace de la mitad de las prendas compradas en menos de un año.
Contaminación de tierra, aire y agua
Gema Gómez comenta que “el proceso de fabricación de la ropa está muy segmentado, desde el origen del producto, hasta que el consumidor lo compra y después lo tira. En el proceso intervienen miles de agentes”, dice. Y esta producción en masa de prendas textiles conlleva grandes niveles de contaminación para el planeta.
Si hablamos de las materias que se utilizan, la Directora Ejecutiva de Slow Fashion Next relata que “prácticamente el 67% son fibras sintéticas que provienen del petróleo y un 25% es algodón. Para la fabricación de este último se necesita un 2,6% de la superficie arable a nivel global. Sin embargo, en su cultivo se utiliza un cuarto del total de los pesticidas, por lo que es altamente contaminante en este sentido”.
En esta línea, desde la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) manifiestan que se trata del cuarto sector que más impacto tiene en el cambio climático, aunque este no es el único dato preocupante en referencia a esta industria. Desde la AEMA señalan que la industria de la moda utilizó 79.000 millones de metros cúbicos de agua en 2015. Un dato que no sorprende, si se tiene en cuenta que, apuntan, para confeccionar una sola camiseta de algodón se requieren 2.700 litros de agua dulce. Pero además, no solamente consume demasiada agua y materias primas (175 millones de toneladas en el año 2020, según la AEMA), sino que también se posiciona como la tercera fuente de degradación del suelo y del agua.
Tanto es así que en un estudio publicado en el año 2020 por la Unión Europea (UE) y la ONU se recoge que la producción de tejidos para la fabricación de prendas de ropa causa el 20% de la contaminación del agua potable a nivel mundial. En este aspecto, y según una investigación de la organización Water Witness International (WWI), este sector está provocando grandes problemas en los ríos de África, donde se producen muchas de las prendas.
Por otro lado, tal y como se ha mencionado unas líneas más arriba, el 10% de las emisiones globales de carbono provienen de la industria textil. Pero por si todo esto fuera poco, dicha industria se posiciona como el tercer sector que más suelo consume, pues requiere el uso de tierras para cultivar fibras vegetales como el algodón.
Los desiertos del mundo se convierten en vertederos
El problema del suelo, sin embargo, va más allá. Y es que no solamente se requiere de muchas tierras para el cultivo de fibras, sino que hay muchos espacios naturales que se han convertido en vertederos.
Desde National Geographic detallan que hoy en día tres quintas partes de la ropa termina incinerada o en vertederos en el plazo de doce meses. Muchas de estas prendas llegan antes a contenedores de ropa usada, pensados para recoger esas prendas a las que los ciudadanos ya no les dan uso. Pese a ello, aunque esto facilita su reciclaje, reutilización y donación, en la mayoría de los casos están demasiado sucias o estropeadas como para darles una segunda vida y, como consecuencia, terminan en vertederos de África, Europa del Este y Asia.
En este sentido, Greenpeace afirma que alrededor de 990.000 toneladas de productos textiles procedentes de España terminan cada año en vertederos. También indica que el porcentaje de reciclaje textil es muy bajo y que tan solo entre el 10 y el 12% de los desechos textiles se recolecta por separado para reutilizarlo. Pero además, añade que no solamente la ropa usada termina en los basureros, sino que también va a parar allí la sobreproducción que las grandes firmas de ropa no logra vender.
Así, muchos espacios naturales del planeta se están utilizando como vertederos de ropa y se están llenando de prendas tanto viejas como nuevas que lo único que hacen es contaminar. Es el caso, por ejemplo, del desierto de Atacama de Chile. Se trata del desierto más árido del planeta Tierra y dicen los expertos que su superficie se asemeja a la de Marte. Pero actualmente no se utiliza solamente por la NASA para probar vehículos planetarios, sino que también sirve como basurero textil.
Cómo reducir la huella medioambiental de la industria de la moda
Claro está, nadie puede detener a las grandes marcas de ropa. Sin embargo, sí está en las manos de cada ciudadano unirse al movimiento slow fashion. En palabras de Gema Gómez, este “consiste en pasar de la producción y consumo masivos de ropa a una producción de prendas que realmente se necesiten. El slow fashion es pagar realmente el precio que cuesta no contaminar un río o pagar un salario digno a las personas que están cosiendo la ropa. También tener únicamente las prendas que realmente se necesitan en el armario. Defender una industria que haga productos de más calidad, que duren más y que no use tantas sustancias químicas en la producción”.
Por su lado, Glòria Figueres Girol, CEO de Blaugab Moda Sana, firma de ropa ecológica y de comercio justo, declara que “apostar por prendas slow fashion es impulsar un cambio hacia una industria textil más limpia, ética y sostenible, tanto para la salud del planeta como para la de las personas”. Y es que el slow fashion fomenta la compra de prendas de ropa ecológicas que “están confeccionadas con materiales naturales orgánicos, como algodón orgánico, lana o cáñamo, o con materiales reciclados.
Sobre el algodón orgánico, de hecho, hace un pequeño apunte: “Para producir una única camiseta de algodón orgánico se necesitan 243 litros de agua y para una camiseta
confeccionada con algodón convencional, 2.700 litros”. Así, consume muchos menos recursos que la ropa convencional. Esta última, además, “está confeccionada, en muchos casos, con materiales tratados con una amplia gama de productos químicos, como ftalatos, formaldehído y tintes que contienen metales pesados, sustancias que pueden ser perjudiciales para la salud”.
En relación a esto, Glòria Figueres añade: “La moda sostenible tiende a ser de mayor calidad y durabilidad, lo que significa que se desecha menos y se reduce la cantidad de prendas que terminan en vertederos, disminuyendo así la contaminación del suelo y del agua. Además, al optar por ella se apoya a empresas que promueven prácticas éticas y responsables en toda su cadena de suministro, incluyendo condiciones laborales justas y respetuosas”.
Gema Gómez reafirma sus palabras y expresa que lo que tiene que hacer cada ciudadano para reducir la huella medioambiental de la industria de la confección es “dejar de comprar ropa basura y ser muy consciente, por un lado, de lo que necesita realmente y, por otro, de a quién le está comprando”.
Bajo su punto de vista, en muchas ocasiones no se trata solamente de las prendas en sí, que bien es cierto que pueden contar con certificaciones que avalen, por ejemplo, que están hechas de algodón orgánico para el cultivo del cual no se ha usado pesticidas. Para ella, en realidad, es más importante “pensar en el modelo de negocio y a qué tipo de mundo se está invitando a que venga cuando se hace la compra”. Por eso anima a comprar en tiendas de barrio, a marcas pequeñas o artesanales, porque seguramente sean más sostenibles.
Además, cree que hay otras opciones para reducir la huella medioambiental de la industria textil. Por ejemplo, comprar prendas de segunda mano o alquilar vestidos para las bodas en lugar de comprarlos y darles un solo uso.
Por: Judith G. Noé